lunes, 26 de septiembre de 2011

IV. LA PIRÁMIDE – “De lo espiritual en el arte” – Vasili Kandinsky (1912)

   Paulatinamente, las diferentes artes se disponen a decir lo que mejor saber decir y por los medios que cada una de ellas posee exclusivamente.
   A pesar de, o gracias a, esta diversificación, las artes nunca estuvieron tan cerca las unas de las otras en los últimos tiempos, como en esta hora última del cambio de rumbo espiritual.
   En todo lo aquí citado se hallan los brotes de las tendencias hacia lo no natural, lo abstracto, la naturaleza interior. Consciente o inconscientemente obedecen las frases de Sócrates: <<¡Conócete a ti mismo!>>. Consciente o inconscientemente los artistas retornan principalmente a su material, lo estudian, colocan sobre la balanza espiritual el valor interior de los elementos con los que su arte puede crear.
   Este empeño produce espontáneamente su consecuencia natural: la comparación de los propios elementos con los de otro arte. La enseñanza más rica nos la da la música. Con pocas excepciones y desviaciones, la música es, desde hace ya siglos, el arte que utiliza sus medios no para representar fenómenos de la naturaleza, sino para expresar la vida interior del artista y crear una vida propia de tonos musicales.
   El artista, cuya meta no es la imitación de la naturaleza, aunque sea artística, y que quiere y tiene que expresar su mundo interior, ve con envidia como hoy se alcanzan naturalmente y con facilidad estos objetivos en la música, la más inmaterial de las artes. De ahí proceden en la pintura, actualmente, la búsqueda de ritmo y la construcción matemática y abstracta, el valor que se da a la repetición del color y la dinamización de éste, etc.
   La comparación entre los medios de las diferentes artes y la inspiración de un arte en otro, sólo tiene éxito si la inspiración no es externa sino de principio. Es decir, un arte debe aprender del otro como éste utiliza sus propios medios para, después, a su vez, utilizar sus propios medios de la misma manera; es decir, según el principio que le sea propio exclusivamente. En este aprendizaje, el artista no debe olvidar que cada medio tiene una utilización idónea y que se trata de encontrar esta utilización.
   En lo que se refiere al empleo de la forma, la música puede obtener resultados inasequibles a la pintura. La música, por otro lado, no tiene algunas de las cualidades de la pintura. Por ejemplo, la música dispone del tiempo, de la dimensión del tiempo. La pintura, que no posee esta característica, puede sin embargo presentar al espectador todo el contenido de la obra en un instante. La música es incapaz de esto(1). La música, extremadamente emancipada de la naturaleza, no necesita tomar de prestado formas externas para su lenguaje(2). La pintura, por el contrario, depende hoy casi por completo de las formas naturales. Su deber consiste en analizar sus fuerzas y sus medios, conocerlos, como hace tiempo que los conoce la música, y utilizar en el proceso creativo estos medios y fuerzas de modo puramente pictórico.
   Al profundizar en sus propios medios, cada arte marca sus límites hacia las demás artes; la comparación las une de nuevo en un empeño interior común. Así se descubre que cada arte posee sus fuerzas, que no pueden ser sustituidas por las de las de otro arte. Y así se unen las fuerzas de las diversas artes. De esta unión nacerá con el tiempo el arte que ya hoy se presiente: el verdadero arte monumental.
   Todo el que ahonde en los tesoros escondidos de su arte, es un envidiable colaborador en la construcción de la pirámide espiritual que un día llegará hasta el cielo.


(1)Todas estas diferencias son relativas –como todo en este mundo-. En cierto sentido la música puede evitar la extensión en el espacio, mientras que la pintura puede utilizarla. Nuestras afirmaciones tienen, pues, un valor relativo.

(2)La música de repertorio, en un sentido limitado, demuestra lo lamentable que resulta utilizar medios musicales para reproducir formas externas. Hasta hace poco aún se ha hecho este tipo de experimentos. El croar de las ranas, los cacareos de las gallinas, el ruido del afilador, son números dignos de un variété,  divertidos como entretenidos. En la música seria estas aberraciones no son más que ejemplos del fracaso al que conduce la <<imitación de la naturaleza>>. La naturaleza tiene su propio lenguaje, que actúa con fuerza insuperable sobre nosotros. Este lenguaje no se puede imitar. Cuando se reproducen musicalmente los sonidos de un gallinero, para dar el efecto de la naturaleza y situar al oyente en ésta, se demuestra con toda claridad que la empresa es imposible e innecesaria. Todo arte puede reproducir cualquier ambiente, pero no imitando externamente la naturaleza sino reproduciendo artísticamente ese ambiente en su valor interno









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