sábado, 30 de abril de 2011

Ulpidio Vega - R. Fontanarrosa (transcripción)

Ulpidio Vega, te nombro. Y de la apagada sombra de tu nombre rescato tu paso tardo por el empedrado desprolijo de Saladillo y la cierta fama de guapo sin doblés que te persiguió sumisa, como la silenciosa y tenaz fidelidad de un perro.
 Quien te vio alguna vez por el Bajo, no te olvida. Da callada mesura, sombrío porte. mezquinabas palabras como si fueran monedas caras. Negros los ojos, en la negrura misma que sobre la frente escasa te tiraba encima el ala apenas curva de tu sombrero gris, tan conocido.
 Ulpidio Vega, te nombro. y de tu nombre exhala un aliento a querosén barato, a bizcochito, a queso de rallar y vino tinto.
 Aroma de almacén, de cambalache, que tuvo tu pobre viejo laburante por la calle San Martín, casi en Tablada. aroma a jabón pinche, a mate amargo, el mismo aquel que te alcanzaba la mano cordial de doña Cata, tu pobre vieja, ue se cansó de mirar por la ventana.
 Ulpidio Vega, te nombro. Y se santiguan las cuatro esquinas bravas de Ayolas y Convención, las que salieron tantas veces escrachadas en letras de molde, cuando algún fiambre aparecía tirado en esa encrucijada.
 Rezan de apuro las jovatas de memoria larga al recordar tu  estampa de figura fina, el caminar pesado, un gesto de disgusto en la cara aindiada y el cuerpo erguido por la faca que atrás, en la cintura, te entablillaba.
 Por trabajar en el Swift te había llamado "El Matarife de Saladillo".
 ¡Qué te iba a impresionar a vos la sangre, Ulpidio Vega! Si día a día degollabas animales y la cuchilla te era tan natural como un anillo, como un zarzo sencillo en el meñique.
 Pero eran dos los Vega, Juan y Ulpidio. "El Vega chico" le decían al otro que también trabajó en el friorífico.
 Y por si fuera escaso el desmesurado coraje de Ulpidio en la pelea, el "Vega Chico" era también de púa veloz, y sin entrañas.
 De negro los dos, siempre, aun de mañana.
 Pero, como suele suceder en estas cosas, Ulpidio se metió con una mina que se levantó una noche de carnaval en el Club Atlético Olegario Victor Andrade. La mina era una reventada que hacía copas en el Panamerican Dancing, frente a Sunchales, y que ya le había borrado el estampillado floreado a las sábanas del Amenabar, de tanto frote. Pero una hembra que pasaba y dejaba el aire como embalsamado de perfume dulzón, y enardecido. Rosa se llamaba, y era justicia.
 Ulpidio Vega, te nombro. Y no me equivoco. Como se equivocó esa noche fatal la mina aquella cuando por llamarte "Ulpidio", "Juan" te dijo.
 ¡Qué oscura mano del destino cabrón los puso frente a frente, Ulpidio Vega!
 ¡Vos y tu hermano, inseparables siempre, enfrentados por el cariño falaz de una perdida!
 Tiempo estuvieron moriéndose las ganas e agarrarse. De mirarse profundo, y sis palabras. De medirse con odio. Y de no hablarse. Todo el barrio sabía del bolonqui que rechinaba en los dientes de los Vega. Pero cuando más de una vez saltó la bronca, y la faca apareció brillando en ambas diestras, algo los amuraba al suelo y les clavaba la bronca a la vereda. Algo, que allá en la casa, desde chicos les acariciara la frente, les planchara los lompa y les dejara los botines bien brillosos cuando se iban de milonga a Central Córdoba. Algo. La vieja.
 "Sino te mato", se lo dijo muy clarito Ulpidio a Juan, "sólo es por ella". "Si no te enfrío", le contestaba Juan, que no era lerdo, "es por la vieja".
 Y así andaban los dos, encajetados, sin poder dormir, más que hechos bolsa. Y encima la reventada de la Rosa les metía la cizaña de su labia, de sus promesas vanas, de sus mañas.
 Y no se puo más. Aquella noche Ulpidio y Juan llegaron puntualmente hasta el campito. Era un potrero de pura tierra y matorrales que los mocosos usaban para jugar al fulbo. Pero esa noche había luna. Y no era juego.
 Ulpidio peló una faca que tenía este largo. ¡Uy Dió, cómo brillaba la plata de la luna sobre el filo helado del acero! Y Juan, Juan peló también tremenda púa que de verla nomás, te entraba miedo.
 "¡Venite!"
 "¡Venite vos!", se supo después que se dijeron. Y fue cuando llegó doña Cata hasta el campito, e pálido rostro, ojos sufridos, de manos apretadas y pañuelo negro. Nunca se supo quién le pasó el daato. tal vez, fue esa mágica intuición de madre la que la llevó hasta allí en ese momento.
 No se oyó de su boca, una palabra. Y tampoco en sus ojos lágrimas se vieron. Pero eso sí, sus manos agrietadas de lavar ropa ajena en el inierno dibujaron en el aire asustado de la noche, un gesto: se agachó, se sacó una zapatilla y lo demás, frate mío, ni te cuento.
 A Juancito lo fajó hasta en el coote, le deformó la sabiola a chancletazos, y le sacudió tantos palos por el lomo que lo dejó mormoso al pobrecito. Contaban los vecinos que lo oyeron, que tirado en el suelo, Juan rogaba y a la vieja le pedía perdón a gritos.
 A Ulpidio, de las crenchas lo cazó la vieja aquella, y le arruinó la jeta a chancletazos porque le pegó media hora, de corrido.

"EL MUNDO HA VIVIDO EQUIVOCADO Y OTROS CUENTOS" - Roberto Fontanarrosa - 1985 Ediciones de la Flor.

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