La tarde era toda luz. Un ligero aire tibio despeinaba mis cabellos. Algunos pajaritos revoloteaban, alegremente, en la fronda no muy lejana, anunciando el buen tiempo. ¡Qué día tan hermoso para pasear por el campo! El césped tierno y corto, invitaba a recostarse sobre él y contemplar, cara al cielo, el lento paso de las nubes. Recordar así, como entre sueños, primaveras pasadas, viejos amigos, historias de amores, una lágrima...
Quería quedarme eternamente sobre aquel verde césped, tan sueve... No deseaba otra cosa que seguir sintiendo la brisa en mi rostro, respirar, vivir plenamente... Había gente a mi alrededor, veloces figuras que pasaban, sin dedicar un segundo de su tiempo a contemplar las cosas más sencillas y y hermosas de la vida...
Todo pareció detenerse en aquel momento. La gente que antes pasaba a tropel, se detuvo también, frenando su enloquecida carrera hacia la nada... Yo estaba entre ellos, algunos se acercaron, colocándose a mi lado.
De pronto, en aquella planicie policroma, uniforme, distinguí una flor. Crecía sola, humilde... Su profundo color azul, su extrema sencillez, me invitabana recogerla... Quizá para llevarla luego, distraídamente, entre los labios... Sin pensarlo más me agaché para cortarla... Entonces algo pasó silvando sobre mi cabeza...
-El Cacho, que es el capitán del equipo, casi me mata... y tiene razón, si estoy en la barrera no tengo que agacharme... Nos hicieron un golazo tremendo...
Super Humor Nº 16 (1982)
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