Le costó menos esta vez despedirse de sus amigos de luz, sabía que iba a volver... y que los encontraría allí abajo. Repasó su libreto por última vez. "Prometo no olvidarme...", gritó con toda su alma, mientras el aire se volvía más denso y lentamente iba muriendo a ese mundo de luz.
La oscuridad la envolvió... Se fue enredando de a poco en una substancia viscosa, tibia, pegajosa que crecía... crecía... y la cubría... la rodeaba... la encerraba... Esa prisión la acompañaría durante todo su viaje... "Ya sé... pero no debo olvidarme..."
El espacio fue haciéndose cada vez más pequeño. Por las únicas dos ventanillas percibía el agua... tibia... Y ese tambor batiendo... siempre a ritmo... cada vez más fuerte. De pronto otro tambor, más pequeño, comienza a escuchar... y va creciendo, con su propio ritmo. Los dos tambores acompasados se aceleran... se aceleran... siempre a ritmo... más veloz... cada vez más veloz....
Ya no queda espacio... Algo me empuja y recuerdo el miedo.... otra vez el miedo... presiento un tubo estrecho y un leve resplandor allá... al final... lucho por llegar a él... el tamborcito casi estalla en un grito de espanto...
"Es una nena". El médico la toma por las patitas, le da un chirlo, la nena llora y todos festejan. Nadie sabe mi dolor.
Sólo a veces, muy pocas veces tengo una sensación de estar cumpliendo con aquel guión; es cuando el amor me afloja la cara y la sonrisa se instala... y las ventanillas brillan... Pero, por más esfuerzos que haga no logro recordar aquella promesa, aunque la intuición me dice que tiene mucho que ver con la elección de la verdad.
Uno mismo, revista para el crecimiento personal Nº 97 (Julio 1991) - Sección "Última página" pág. 130.
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